Un brindis al Universo por Carlos Montalvo

La vida, el vino y la huella imborrable del fundador de Fine Wine Imports

Por Amanda Díaz de Hoyo

Recibo la información de la partida física de mi amigo Carlos “Carlitos” Montalvo. Se me apretó el corazón e intenté procesar la información.

Pasó un buen rato antes de que pudiera poner todo en contexto. Inhalé como mejor pude y me compuse para, al menos, esbozar unas palabras en un mensaje público en mis redes sociales. Luego de publicar, recordé una foto que había digitalizado y que tomé en un viaje de vinos hace muchos años: un globo de aire caliente que decía Cheers desde el cielo. Por alguna razón, quise creer que Carlos estaba en la canasta, mirándonos desde la otra dimensión.

Pasaron varias horas antes de recibir el mensaje de mi editor y amigo Pollo Maldonado: “¿Puedes escribir sobre Carlos Montalvo?” … y yo con el corazón estruja’o. Aquí vamos a intentar definir una amistad de vinos que comenzó cuando me inicié en mis andanzas de escritora del tema en la década de los 90.

Sí, fui a la escuelita de Cadierno, donde conocí y entrevisté a muchos de los grandes conocedores de vino de la Isla y a varios enólogos, cuando colaboraba para un rotativo local. Entre don Mario y Carlitos, la tarea se fue haciendo fácil, con la amistad y la práctica.

De ahí, años más tarde, Cadierno se vendió y Carlos pasó a trabajar con V. Suárez. Eso era parte del acuerdo de la venta, y sabía que Carlos tendría otros planes. Como profesional de la industria de vinos, tenía una gran experiencia, y como empresario, también. Eso le venía de cuna, integrado en el ADN. Fue un forjador de la industria en Puerto Rico y, por ello, se ganó el respeto de muchos aficionados y enólogos internacionales.

Carlos Montalvo, más allá del vino

Carlos fue muy genuino, de eso no tengo la menor duda. Su sonrisa franca y sus comentarios acertados, aún en momentos complicados, mostraban una gran calidad humana. En tiempos difíciles, era empático, algo que debemos todos retomar como norte en lo que nos toca.

Las anécdotas son muchas, pero quiero compartir una que ocurrió hace muchos años. Le gustaba cocinar y hacer una paella de patitas deshuesadas. Estábamos en una cata y me pregunta si me gustaban las patitas de cerdo. Contesté en la afirmativa, y luego me pregunta si las había probado en paella. “¿Qué?” Así como lo leen. Me dijo que tenía que probar esa delicia y que la prepararía para algunos amigos del vino.

Nos invitó a su casa, y allí preparó su receta, que obviamente se acompañó con buen vino. Estaba orgulloso de su talento, y no era para menos. Fueron muchas otras mesas, muchos vinos y chistes entre enólogos visitantes y chefs, que nuestra amistad siguió afianzándose con los años.

Pasó el tiempo, y estaba con las manos llenas trabajando en su proyecto de Fine Wine Imports, con el entusiasmo y dinamismo de siempre. Este proyecto de nuevas oportunidades ha abierto las puertas a profesionales de la industria y ha llevado un ritmo de crecimiento.

Ya fuera de la vida agitada del periodismo más activo, tomando yo las cosas con calma y habiendo aceptado colaborar con Vibeer Magazine, recibo un email de Tania Montalvo, la hija del gran Carlitos que trabaja con su papá. Recuerdo que, cuando hablé con ella por primera vez, me comentó el aprecio que tenía por esa amistad que nos unía.

Entonces, empezó la gesta de la tercera generación de los Montalvo en el camino del vino. Ya hemos contado historias de sus vinos de innovación y calidad, con el mismo cariño de siempre, y seguiremos, porque este mundo es fascinante.

No hay palabras que puedan describir el vacío que siento. Sigo con el pecho estruja’o, convencida de que Carlos vivió en sus términos y así se fue, sabiendo que toda semilla sembrada se cultivará con el mismo tesón. A su esposa Tati, a sus hijos, aquí estamos en un abrazo solidario, y en cada copa que levantamos estará ahí. Hoy día, envío al Universo por nuestro amigo Carlos.

Start typing and press Enter to search