Malbec, una de las Reinas del Sur
Por: Amanda Diaz de Hoyo
Especial para ViBeer
San Juan, 12 de julio – Argentina, entre tangos, milongas, Soda Stereo, fútbol y asados, hoy día se ha posicionado como el quinto país en la producción vitivinícola del mundo. El vino argentino poco a poco ha cobrado la fuerza necesaria para llegar al paladar internacional y está trazando su ruta para lograr vinos de alta gama.
Según estudiosos de la enología, se logrará cuando controlen la producción excesiva de hectolitros por hectárea. Hay quienes no se han dejado seducir por producir mayor cantidad centrándose en la calidad y ejemplo de ello son las bodegas Weinert y Catena, que han marcado pautas para que otros sigan en el camino de la excelencia enológica.
Con una gran extensión territorial, Argentina cuenta no sólo con microclimas idóneos para el cultivo, sino con diferentes elevaciones que hacen que sus vinos tomen unas expresiones de terroir interesantísimas aún cuando hablamos de la misma cepa. Las zonas productoras son: Catamarca, La Rioja, Mendoza, Río Negro, Salta, San Juan, Neuquén, Entre Ríos, Chubut, Buenos Aires, Jujuy y San Luis. Es frecuente que en esos lares le digan al vino tinto “quebracho”, en franca alusión a un árbol de madera rojiza, el Schinopsis balansea, que se usa en la ebanistería. Quebracho y vino, son el árbol que nos sostiene, y el espíritu que nos fortifica.
Las uvas para vino en Argentina, llegaron como a otros lugares de América, a mediados del siglo 16, con los monjes españoles y la evangelización de los pueblos. Con ellos vinieron cepas como la Moscatel y la uva del país, traídas directamente de España para cultivar y producir el vino de consagración. Las cepas que aaribaron a Argentina lo hicieron a través de Chile. Medio siglo después llevaron a Salta uvas de la cepa Malvasia, para hacer vinos blancos aptos para la consagración. Se le atribuye a los jesuitas y a los franciscanos la importación de Vitis vinifera para estos fines sagrados.
La Malbec llegó mucho después. Los movimientos políticos y sociales tuvieron que ver mucho con la integración de cepas más nobles para el siglo 19.
“La Côt o Malbec es originaria de la provincia francesa de Quercy, cercana a la ciudad de Cahors. A través de marcadores moleculares se ha demostrado que la Côt o Malbec se originó en el mestizaje (Boursiquot et al, 2009) de las varied es de Vitis vinifera L., Madeleine Noir de Charantes, una variedad muy antigua usada en el Medioevo como uva de mesa, y la Pruneland, variedad que aún puede encontrarse en la sureña ciudad de Gaillac, en la región del Midi francés, departamento de Tarn, distrito de Abi” dice el investigador Philippo Pszczolkowki, de la Pontificia Universidad Católica de Chile en una investigación titulada “La Côt o Malbec en Chile y Argentina” del 2015 y publicada en la Revista Iberoamericana de Viticultura, Agroindustria y Ruralidad.
La evolución de esta cepa y de otras que llegaron para esas fechas a Chile y Argentina, luego que ambos países se independizaran de la monarquía española. Habiendo roto los vínculos con España, crece la admiración por la elegancia de los vinos franceses por parte de las élites chilenas. Comenzaron entonces a traer cepas francesas para producir vinos de mayor calidad en su suelo, y dejaron a un lado las cepas criollas y las traídas durante la conquista española. En Argentina, el gobernador provincial de San Juan, Domingo Faustino Sarmiento, comisionó al agrónomo francés Aime Pouget traer cepas francesas que ya estaban en Chile, entre estas la Cabernet Côt o Malbec y la Merlot.
Los cambios en pensamiento y gustos dejaron a un lado productos tradicionales como: la chicha, un fermentado de maíz andino de tiempos precolombinos; el chacoli, un vino asoleado de Cauquenes; la pajareta de Huasco, un vino generoso de los desiertos del norte chileno; y el pisco, que gracias a la influencia gastronómica peruana y chilena se abrió al paladar internacional.
Bodega Maal
Matias Fraga es un viticultor entusiasta de la gastronomía y en las vueltas que da la vida, tuvo la fortuna de trabajar en diferentes bodegas de la familia Catena. Para el 2010 se le presentó la oportunidad de adquirir un viñedo abandonado en Vista Flores, en la hermosa zona vitivinícola del Valle del Uco. Se unió a Alfredo Merlo, enólogo, en esta gesta. Alfredo había trabajado en vendimias en Napa, en Argentina con Pulenta y Achaval Ferrer y en Nueva Zelanda. Con las vivencias de ambos, el conocimiento y las pasiones se han dedicado a elaborar vinos con expresión, dinamismo y sentido de origen, reconociendo que el suelo, esa tierra que es el hilo conductor de la humanidad, tiene matices que se aprecian en copa.
Conocí los andares de estos apasionados del uno en el restaurante Carnes, de Puerto Valdés, un hotel chic y sustentable energéticamente, ubicado en Puerta de Tierra en San Juan. Con las propuestas gastronómicas del chef Luis Castro, y un atardecer de verano tropical, se abrió la velada con un cava, el La Vid al Camp. Me cuestioné por qué no había burbujas argentinas, porque las hay y muy buenas. Pero esa es harina de otro costal.
Con el primer plato, llegó el Biutiful 2019, fermentado en piletas de cemento viejas como las que me topé en su momento en Argentina. Es un Malbec que se goza la fruta madura y joven, que se acopla al paladar, sin reverencias ni aspavientos. El vino se elabora de cepas provenientes de la finca Campo de los Andes, y en esta finca el manejo del viñedo es tradicional. De buen aroma y post gusto agradable, es un vino joven con bastante equilibrio.
El Biolento 2017 fue el segundo vino propuesto para un plato cárnico contundente. Me encantó ese vino, pues presenta una Malbec con mayores posibilidades, algo más complejo que el anterior pero manteniendo la chispa joven. El vino se produce con cepas provenientes de una finca en la zona alta de Luján de Cuyo, que se maneja de manera orgánica y lleva añejamiento de algunos meses en barrica. El manejo orgánico de la finca está en franca alusión en le etiqueta del vino, en la que una hormiga hace de musa.
Para culminar la cena, llegó a la mesa el Buscado Vivo o Muerto, de las bodegas de Alejandro “Colo” Sejanovich quien se unió a Jeff Mausbach para producir vinos no convencionales. Alejandro Sejanovich es hoy por hoy, uno de los viticultores más importantes de América Latina, según la revista Decanter.
En su afán de buscar una expresión diferente, el viticultor tiene sus cultivos en el extremo sur del Valle del Uco, en Gualtallary. La expresión de su vino es voluptuosa, redonda en boca y contundente en post gusto. Ciertamente la Malbec, para otros la Cabernet Cot, Mal pico como la han llamado y hasta Merlot criolla antes de toda la ciencia de la genealogía de plantas, es una de las cepas reinas del sur. No tengo duda alguna de que hay Malbec para rato.